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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

que por ella. Murió santamente, recordándo- me alegrías y penas pasadas que las dos sen- timos sin dar á nadie participación, y sus últimas palabras, agarraditas sus manos á las mías, fueron consagradas al sér á quien amaba tanto como yo. ¡Ah, Valvanera mía, no tengo consuelo! Te dije en mi anterior que cuatro personas poseían mi secreto: ya no lo poseen más que tres.

No sé si decirte que le leas esta carta al prisionero. El no sospecha que le han ama- do corazones ausentes, desconocidos. El de Justina gustaba de recrearse en el amor á Fernando, y siempre le veía niño. Los pri- meros cuidados que se prodigan á los recién nacidos, de ella los recibió Fernando. Le vio después, teniendo él cuatro años, pues con el fin de que inspeccionara su crianza la mandé á Vera, y siempre le recordaba en aquella edad. Me ponderaba su belleza, su parecido á mí; me pintaba con graciosas imágenes el color de sus cabellos, de sus ojos. El día en que murió, le describía chi- quitín, como si le hubiera visto la semana pasada. Díjome que su pena mayor era mo- rirse sin verle caballero formado; recomen- dóme que cuando yo le tuviese á mi lado le expresase su cariño, y le diese en nombre suyo muchos besos. De tal modo me impre- sionó con estas demostraciones, que las dos parecíamos moribundas, yo quizás más que ella. Dijome que no llorase ni me afligiese; que Dios, con lo mucho que había yo sufri- do, me perdonaba todas mis culpas, y que