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B. PÉREZ GALDÓS

quillo, expongo toda la verdad, no sin es- fuerzo, pero con franqueza suma. Eres tú mi espejo: me miro en tí, y te doy mi exacta imagen. Pues sí, querida de mi alma, aun- que lo sabes, bueno es que yo lo manifieste: he sido una coqueta formidable. Aquí tienes la explicación de mi fama, sin hipocresías ni atenuaciones. El coquetismo, pues todo hay que decirlo, ya nos perjudique, ya nos favorezca, ha sido en mi defensa contra la soledad del alma, un medio de producir ale- gría, movimiento, bullicio de cosas y per- sonas, un arte de guerra para devolver al mundo mis sufrimientos, que en gran parte, de él y de sus leyes recibía yo. Me dirás que esta disculpa po vale. Bueno, pues coquetea- ba por aburrimiento. ¿Tampoco vale ésta? Pues coqueteaba... porque sí.

La verdad es que á una existencia frus- trada que ha perdido su órbita, no se le pus- de pedir que vaya muy derecha. Sé que hay ejemplos de otras existencias también frus- tradas ó sin órbita que se han mantenido en la rigidez absoluta de los principios y de las formas. Yo las admiro: no he tenido virtud para imitarlas. Han buscado su alivio en el adormecimiento mistico, religioso, ó como quieras llamarlo. También á mí me dió por ser beata; pero sólo me duró cuatro días la ventolera. No podía ser... Pues sigo: si mi coquetismo me produjo diversión, encanto, vanagloria, el placer maligno de hacer ra- biar, trájome por otro lado males acerbos. Ya lo sabes. Mi ligereza exacerbó el carácter re-

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