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B. PÉREZ GALDÓS

de su persona; y que no ha sido menor el alegrón de toda la familia por este feliz su- ceso, lo comprenderá usted sin necesidad de que yo se lo diga. Mi gozo subió de punto al notar que el tono y conceptos de su carta no indican una grande turbación del ánimo. Si por algún renglón de la misma veo aso- mar la melancolía, la cual más en lo que calla que en lo que dice se manifiesta, me tranquiliza el pensar que no es mal de cui- dado cuando recae en jóvenes á quienes la inteligencia ofrece mil recursos contra el fastidio y las tristes memorias. Un hombre como usted, mi Sr. D. Fernando, tiene en sulozana imaginación, en su variado saber de todas las cosas, el remedio contra los desmayos del ánimo. Denos pronto la noti- cia, que aquí recibiremos repicando muy re- cio, de que se le han pasado esas murrias. Y si me permite darle un consejo, le diré que sólo con medir la distancia entre su mérito altísimo por los cuatro costados y la bajeza de los que le han ofendido, ha de sentir gran consuelo. Esto y el perdonarles de todo co- razón serán medicinas de notoria virtud. Viva mi Sr. D. Fernando, y dele Dios toda la felicidad que se merece.

También agradezco infinito á mi señora Doña Valvanera que haya contribuído á ven- cer la pereza de usted para escribirnos; y si por mil respectos no mereciera esa noble dama mis homenajes, por esta sola fineza quedaríamos obligados eternamente. Hága- me el favor de decirle que en esta carta van