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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

que no te escribiera más pronto. Y como me estorban los enojos muy guardados en el al- ma, allá van los míos, Valvanera, y ojalá queden desvazecidos con tus explicaciones. Aquí estoy aguardando á que me digas la razón de albergar en tu casa, un mes y otro mes, à un sujeto con quien ni tú ni tu mari- do tenéis parentesco conocido. Verdad que para saber si hay parentesco falta el dato principal: quiénes son los padres de ese mo- zalbete y su verdadero apellido. No acabo de entender que Juan Antonio, hombre tan mirado, tan atento al decoro de su casa, consienta estos huéspedes fijos, que pare- ce forman parte de la familia. Dime: ¿ha- beis puesto fonda? Y que le tratáis á cuer- po de Rey, según mis noticias, con unos mimos y un regalo que sólo se prodigan á las personas muy amadas. Podrá en esto no haber ninguna malicia; desde luego declaro que tu reconocida virtud no desmerece por esto á mis ojos; pero no debes creer que sea tan benévola como yo la opinión. No habrá malicia, repito, pero sí hay un acertijo que no entiende nadie, y Juan Antonio debe apresurarse á darnos la clave. Del misterio al escándalo poca distancia hay que reco- rrer, y como el escándalo habría de afectar á toda la familia, Rodrigo y yo tenemos de- recho á que se nos diga quién es ese suje- to, y por qué ha echado raíces en tu casa. Del tal, á quien no puedo llamar caballero mientras no conozca su procedencia, su fa- milia, su nombre, sólo sabemos que con