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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

de transacción decorosa, asignando á cada galán una de sus niñas, me parece de per- las. Pero conste que en todo caso, la mayor, la buena, ha de ser para mí. Mi sobrino, que sólo busca una dote, puede apencar con la pequeña, en quien veo una nerviosilla sin juicio, quizás malhumorada y enferma. No me conviene. He leido las cartas de entram- bas. La gravedad con que Demetria se sos- tiene en su papel, permitiéndose tan sólo alusiones muy finas e ingeniosas á la situa- ción de Fernando, me encanta. En la de Gra. cia no veo clara su intención. ¿Aboga por su hermana ó por sí misma? Digas lo que quie- ras, por el texto de la carta no podemos co- legir si es una pobrecita inocentona, ó si se vale de la inocencia para declararse. Esta duda me inquieta. ¿Es ella la enamorada, ó es la otra? No sé qué novela he leido, de las más románticas, en que esta duda y confu- sión llenan las páginas de un voluminoso libro, para salir con la patochada de que las dos aman, y cada una resuelve sacrificarse, de lo que resulta que una y otra se envene- nan. ¡Que horror! lo más chusco es que el galán se casa luego con una tercera, con la que las indujo al sacrificio. ¡Qué simpleza! El romanticismo, me tiene cogida, llenando mi cabeza de ideas tétricas, de complicacio nes diabólicas. Ese Dumas trae loca á la hu- manidad.

Quiero espantar de mi mente todo ese mun- do imaginativo. Bastante tengo con mi dra- ma, de cuya realidad no puedo dudar por los