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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

do paladín. A una señal del Duque, trajo Pan- toja ánforas de plata y copas de oro. Debía- mos beber los tres á la salud de la familia y de su nuevo defensor. Mandóme el Duque que escanciara yo el vino; llené las tres co- pas; á la mitad de esta operación me tembla- ba la mano; miré á Felipe, cuya cara pare- cía de cartón; miré á Fernando, que aguar- daba con grave compostura. Mi marido cogió una de las copas, y'al dármela para que yo la ofreciese á Fernando, lancé un grito... Es- to que te cuento, Valvanera mía, me pasó es. tando despierta, te lo aseguro... lo vi como estoy viendo ahora el papel en que te escri- bo... No sé lo que pasó después de aquel ins- tante en que rompí á chillar... ¿Bebió Fer- nando? Creo que no... Felipe se me apareció entonces con armadura, en una facha atta- mente caballeresca, que nada se parecía á su común vestir y actitud usual. Su talla crecía, su ademán era noble y fiero. Yo di vueltas y me pisé la cola, enredándome en ella... Te aseguro que todo esto acaeció ha- llándome sentada en la misma silla en que estoy ahora. Entendiendo que mi mente exi- gia disciplina, cogí la Imitación de Cristo, y su lectura me produjo gran consuelo. No tardé en reirme de aquel delirio, y prepara- me para los actos religiosos con que debo... inaugurar, dentro de algunas horas, el día de la tremenda prueba. No ceso de pensar en D. Manuel, y de figurarme las expresiones que emplear debe para la exposición de mi deshonra ante Felipe... ¿Permitirá Dios que