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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

con una casada, ¡qué abominación!... Mira: al leer esto, que no va con buena gramática, cuida de no confundirte: el que se pegó el tiro no fue el barbero, sino el satírico. Dios le haya perdonado... Déjate de atar cabitos, que nada tiene que ver el muerto de allá con el calabaceado de Vizcaya.

Está de Dios que yo no acabe esta carta, pues al querer ponerle fin, se me ocurre de- cirte otra cosa, y ella es tal, que no la dejo, no, para otro día. Hoy hemos entrado Ro- drigo y yo en el cerrado cuarto de D. Bel- trán para hacer inventario de lo que allí guardaba el pobre viejo y poner mano en sus papeles. ¡Ay, Mariquita, qué cosas hemos encontrado en la caverna del primer noble de Aragón! Mi primer impulso fué entregar alį Santo Oficio su colección de retratos de mu-. jeres; pero hay entre ellos algunas miniatu- ras preciosas, y eso los ha salvado del auto que merecen. Siempre fué el arte abogado - del maleficio. No pude resistir á la tentación de examinar algunos. La mayor parte re- presentan hermosuras francesas ó españolas afrancesadas del tiempo del Imperio, con aquellos trajes ceñidos, enseñando las car- nazas del cuello, de los hombros y algo más... ¡Hija, qué indecentes! Dice Rodrigo que son damas; pero yo digo que son otra cosa, por- que en mi tiempo y en Aragón se vestían las señoras con cierto desavío parecido á la des- nudez; pero la que era verdaderamente ho- nesta se tapaba, sin estar por eso menos á la moda. Examinados los retratos, sacamos