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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

fanas, otros endemoniados, novelas, artes de amor, aventuras galantes, escenas pica- rescas, broza, hija, materia infernal que yo habría condenado á la hoguera; pero Rodri- go no está por quemar nada, pues, según dice, el libro que no es valioso por su conte- nido, lo es quizás por el lujo y la rareza de la edición. Consérvese, pues, todito, y archi- vese y catalóguese.

¡Y ahora resulta que quien no deja á sus herederos ni especie metálica ni bienes raí- ces, les beneficia con el propio matalotaje de sus hábitos viciosos. ¡Hijà, la Providen- cia...! Libros devotos de los mejores poseía también; pero de poco le sirvieron para me- jorar de costumbres, porque nunca los leía ni por el forro. Dios te haya perdonado. Sin duda le habrá valido su buen corazón, que en verdad lo tenía excelente, excelentísi- mo, y debemos creer que sus frivolidades y falta de celo no serán parte á privarle de la eterna gloria que con alma y vida le de- seo. Que tú y José María me le encomendéis y recéis por él. De todos los que nos honran con su amistad esperamos el mismo favor.

A mis niñas les dirás que sigo enfadada, muy enfadada; pero que no las quiero mal. Deseo vivir mucho para ver por mis propios ojos la felicidad que encontrará Demetria fuera de la que nosotras le hemos propuesto y ha menospreciado. Que me escribas pron- to todo lo que ocurra. Dios te me guarde y prospere como há menester tu amante ami- ga, Juana Teresa.