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B. PÉREZ GALDÓS

Al pronto se me ocurrió felicitarte, Val- vanera de mi corazón, pues no cae todos los días el honor de hospedar en nuestra casa á un príncipe polaco, descendiente de Reyes, que aunque destronados y errantes por esos. mundos, siempre han de conservar algún aire ó tufillo de testas coronadas; pero ha- blando de esto con Rodrigo, que sabe muy bien historias de todos los países, agarró una Enciclopedia que le saca de todas sus dudas, y en ella vimos que el tal señor de Poniatowsky, el Bayardo polonés, como le llaman, después de diversos hechos heróicos en las campañas de Rusia, Varsovia y no sé qué otros puntos, murió el año 13, al pasar á caballo un rio de nombre muy enrevesado. Y luego de leídas estas referencias, hojeó Rodrigo la Historia de Napoleón con láminas, y me mostró una que representa al Príncipe Iuchando con la corriente del río en que se anegaron y perecieron tantas glorias. Si no miente la estampa, era un guapo mozo, y debía de ser hombre de gran coraje.

Cuéntale todo esto á tu amiga, y advier- tele que Doña Urraca, a pesar de todas estas á cosillas que andan en libros extranjeros, no la quiere mal; que se halla dispuesta á la indulgencia, al olvido de las historias de 1811 y 1812, y á reconocerla y diputarla co- mo una mujer ejemplar, siempre y cuando ella sea comedida; que obligadas al come- dimento están las que no se hallan libres de ciertas máculas. ¿A qué se empeña esa loca en cosa tan absurda y desleal como cerrar-