Página:La estafeta romántica (1899).djvu/55

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
51
LA ESTAFETA ROMÁNTICA

lo habitual; tenía los lagrimales muy rojos, con irritación que le hacía pestañear de con- tinuo. Aunque nunca nos habíamos tuteado, yo le dije: «Hola, Mariano, dichosos los ojos que te ven.» Y él á mí: «Fernando, no sé qué me pasa; no me encuentro sin oir hablar mal de mi... Verdad que ya no oigo palabra bue- na ni mala, porque me he quedado entera- mente sordo. Háblame por señas. Y tu, ¿por qué lloras? ¿Por mi acaso?» Respondíle que yo no lloraba por él ni por nadie, y la visión entonces, dando un gran suspire, me dijo que había yo hecho mal en matarme tan jo- ven. «Paréceme-le contesté, que aún vi- vo; pero no estoy seguro de ello. Tú también vives; vienes á desmentir la noticia de tu suicidio...» Pasó un rato, en que tanto él como yo nos desvanecimos, nos apagamos, y luego volvimos á verros en el comedor de la casa, junto á la chimenea, más cerca uno de otro; pero ni él ni yo teníamos piernas, por lo que no puedo asegurar si estábamos en pie ó sentados. «Debemos matarlas á ellas-díjome Larra con triste sonrisa,-y á nosotros no. ¿Qué culpa tenemos nosotros! de sus traiciones?... No pensemos en eso, que' aquí no hemos venido más que á leer nues- tras obras. Lo que á mi me trastorna es que se me han olvidado casi todas las mías, har. to famosas, y sólo recuerdo El dia de difun- tos y Nadie pase sin hablar al portero. Por más esfuerzos que hace mi memoria, no consigo apoderarme de los otros títulos. ¿Verdad que era yo un gran escritor?» «Has