—Pero la gente con sus habladurías! No más un hombre acomodado desamparaba á cualquier botarate, ya le negó una sed de agua al pobre y no comió huevos por no tirar las cáscaras.
Los pasajeros asentían con vagos monosílabos que espoleaban aquella trasnochada elocuencia.
—A la guerra, no?... Bien hecho! El varón precisaba aguerrirse, amadrinándose con el peligro. Ah, una llapa de mocedad para largarse lanza en ristre por esas puntas, con tanto buen americano! Plata... Caballos... Todo, hasta los zarcillos de su mujer donaría.
Y palmeando el sillón, como si lo obsedieran sus evocaciones catedrales, empalmó en el tema caballeresco. ¿No osaron negarle como una ficción sus Doce Pares y su Emperador? Y no estaban hirviendo esos pagos de Oliveros y Roldanes? ¡Cabal! cabal! Bien lo había pensado una vez: Si este Roldán parece criollo hasta por el apellido!
En aquel momento las nubes ralearon, y una cumbre repentinamente bañada de luna sonrió á lo lejos.
Iba á aviarlos con vituallas, un amasijo que leudaba adentro, quesos cuya adelantada caseación perfumaba desde el zarzo. Por el momento, una copita de aguardiente añejo. Nada lo embebecía a él tanto como el valor. Al hombre va-