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DESPEDIDA

mensura de la patria á punta de chuzo y patas de caballo; allá residían las indiadas fieles, con sus hileras de ojos vigilantes, sus pedradas tremebundas y su artillería de estaño. Y el corazón le cabresteaba para allá con un angustioso dolorcito de calambre.

Continuaban las partidas. Desde la raya, los espectadores, molestos con tanta dilación, pedían que largaran. El viejo aventuró un reproche, pues su caballo pintaba ya en sudor. Ese fraude infringía lo convenido, prorrogando excesivamente la cosa.

Por fin igualaron los animales. Partieron al galope, á media rienda, equidistando siempre, casi sobre las crines la mejilla, altos los rebenques cuyas lonjas ondulaban en el aire.

A un tiempo castigaron. Fue como un gran relámpago negro.

Pasaron entre una polvareda y un raudo redoble de jarretes, afinándose como navajas los brutos en el estirón de la arrancada.

Llegaron ante los rayeros, paleteando el tordillo entre vociferaciones de triunfo, cuando el patriota arremetiéndolo, con imprevisto empuje, lo asobinó de un puntapié. Bajo la pelotera rayó el suyo; corrió al sitio donde el traidor hozara la tierra, y tras un alarido de éste ahorcajose otra vez em-