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Página:La guerra gaucha.djvu/152

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CASTIGO

para libertarse cometiendo quién sabe qué horrores; y como las lluvias iban derrubiando los adobes de la capilla, complicábase la cosa con un nuevo temor.

En vano predicaba el cura á los reclusos y más inútilmente los denostaba el otro. Abroquelándose en su taimada vejez, los gauchos enflaquecían, torvos, sin disentir con una queja...

Frecuentábanse ambos carceleros, pues sus heredades lindaban, componiendo una pareja inseparable, bien que asaz desunida ante la opinión; pues si al cura le dispensaban su realismo en gracia de su estado y de cierta campechana popularidad, abominaban cordialmente al otro.

Misántropo y fanfarrón, hacíase envidiar hasta la ojeriza tanto como escandalizaba con su lujo. Traficaba en esclavos enviándolos al Perú en recuas de cuatro y quinientos; ó arrendándolos según sus oficios a los potentados del contorno, cuando no servían en los talleres de su mansión donde se explotaba todo — desde la sastrería á la horticultura; y su crueldad tiranizaba á aquellos pobres, no adiestrándolos sino á dieta y á lazo. Tostarles los pies ó salarles las heridas contaban entre los castigos comunes. Más de uno fue herrado con la marca de los bueyes. Las negritas, apenas púberes, se corrompían en su lecho.