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desvanecíanse los relieves, que sólo algún relámpago destacaba con fugaz iluminación. El silencio aumentaba al pardear las tinieblas que los árboles absorbían como enormes esponjas. El cénit pintábase de nubarrones, titilando entre ellos sobre una opacidad de aluminio, como gotas de agua las estrellas. Una lechuza pasó chistando. Y á poco la tormenta se fundió del todo en la noche.


Los montoneros habían atisbado por la quebrada el arribo de una fuerza española que acampó en el valle. Rodeada de centinelas, ni encendía fuego ni disponía sus carpas á pesar de la tormenta próxima, preparándose á la tempestuosa velada con una zozobra que no trataba de ocultar.

Noche más ó menos, al fin regresaban. Desde que dejaron á Jujuy en un continuo combate, no correspondían con su cuartel general. Muchos sucumbieron; mas los restantes volvían con algún ganado conforme á su misión. Su único objetivo lo constituía la ciudad, pues las partidas, en incansable ejercicio, les espigaban los flancos. Poco antes de llegar á ese campamento, la hostilidad habíase multiplicado. Fuera de las emboscadas con sus repentes á sable y lazo, de golpe se les declaraba el desierto.

Recorrían leguas y leguas sin oír un rumor hu-