pre gambeteando asechanzas á deshora y al desparramo. Sólo que ya se advertía su escasez de pólvora, pues la correría aniquilábalas también. Flaqueaban los caballos visiblemente y esto era lo que amohinaba más. La escasez de pertrechos no era cosa, pues la suplían peñascos y garrotes; pero la de caballos paralizaba todo a pesar de cualquier decisión. Los chasques corrían á pie avituallándose de coca; para la sed conocían ojos de agua ocultos y las raíces de yacán la suministraban; mas la movilidad de aquel juego que demolía al español sin combatir, reclamaba á la continua caballos de refresco. Tan lo comprendía el enemigo, que se llevaba de trofeo sus patas.
Como las herraduras no iban sino de Tucumán, daban lo despeado por perdido. Los lomos cavados de mataduras no sufrían ni las jergas; los corvejones plagados de alifafes se doblaban con dolorida impotencia. Casi á pie, llevando la tropa enancada, acababan de abastecerlos con una yeguada arisca y un oficio patriótico en que se les encarecía el amor á la libertad...
Pero ni mansos bastaban aquellos seiscientos animales á las partidas concentradas allí. Apremiaban su acción remitiéndoles baguales y reiterando la consabida postdata: "á todo trance". Bonita situación. Con seiscientos animales no alcanzaban