Pero bien empleado le estaban, pues aquella imagen era sumamente milagrosa. No necesitaba rigor como san Antonio ¡santo tan renitente! ni que como á él la colgaran de los pies, ni que la retaran. Siempre concedía de á buenas.
Cuando para su festividad llevábanla á la capilla del curato, ni la senda fragosa, ni el bochorno les impedía cargar las andas con su baldaquino rojo y sus ramilletes que policromaba toda la tintorería aborigen. Y la entrada á la población, festejábase á trabucazos.
El nicho trascendía una vaguedad de estoraque, ostentando á la parte interior de su doble puerta una estampa de san José y otra de san Roque. Enguirnaldábanlo por fuera sartas de huevecillos silvestres, desde los verdes y morados de las perdices, hasta los del hornero crispidos de blanco en rosa, y los grises del chalchalero ó los minúsculos del colibrí. La miseria limitaba á esto los obsequios, sin disminuir la veneración, pues aquella imagen lo era de la Merced, es decir virgen patriota. Ya esta circunstancia había ocasionado más de un refunfuño á los enfermos, devotos de Nuestra Señora del Milagro, que era goda.
La imagen y un loro tan parlero que se rezaba el rosario de una pieza, constituían ahora todo el haber de la viuda; y aquel contraste entre época