los heridos, y las madres supliéronlos con sus mantos. La muerte, como á sabiendas, escogía lo mejor de entre los jóvenes; y disminuida así la tropa, las guardias durísimas tocaban por igual a hombres y mujeres. Éstas elaboraban con mañosa economía puches de afrecho como postrer recurso. Cien charquis podridos que digerían por decirlo así á bala en el constante riesgo, saciaban el hambre menos que medianamente. Musitando canciones se sazonaba el mate insípido, mate de enfermo, decían, pues á falta de yerba sancochaban en él tomillos campestres. Dos o tres chicos mamaban en perras. Vivaqueábase asando marlos a falta de mazorcas; por la moneda obsidional circulaban granos de ají.
No se desesperaba del triunfo, sin embargo; y la falta de plomo, antes constreñía á inventar nuevos recursos. Una especie de alegría feroz germinaba del padecimiento mismo. Aquella mañana, el campamento pudo endulzar el almuerzo con mistoles recogidos campo afuera por dos voluntarios, de unos árboles que en plena zona de fuego frutaban sus guindas carnosas. Y a pesar de esa abnegación en la cual arraigaba con mayor pujanza la fraternidad del peligro; de esa miseria que nivelaba todos los orgullos; de ese trance que sembraba en los espíritus su desolación mortal, la ojeriza lina-