dario. Los artilleros diligenciaron con una olla jabonera un crisol en qué preparar cuanto antes los proyectiles. Las mujeres elogiaban entre tanto el cañón á la hermosa jefa. Verdoso como un batracio, pavorosa la boca, con una triza de hueso por mira para apuntar de noche, uno ya con el viejo tala machucado de chasponazos, dispuesto para el ataque que esperaban al aclarar.
El murmullo de las conversaciones agrandábase en gozosa gratitud. ¡Eso era patriotismo, y querer a sus paisanos, y saber granjearse su cariño hasta la muerte!
—Despreciando esa oficialidad —toda noble ¿qué me cuenta?— y marido seguro cuando la oprobiaban tanto por su familia, no infatuarse, y preferirlos á ellos, y dilapidar en su compañía con semejante desinterés toda su plata! Y los godos lo que se recobrasen!... Le quemaban, dejuro, toda la propiedad.
Cuatro mozos, al oírlo, resolvieron trasladarse por la misma senda para asesinar á los huéspedes ebrios. Varias mujeres le besaron las manos. Y mientras ella, apoyando un pie en el tronco, echaba á su media rosa un negligente barulé, el jefe cortó de una orquídea que se enredaba en el árbol como un calamar, dos flores allí prosperadas al azar de los balazos, ofrecióselas con enternecida rudeza,