Descendía siempre. A reculones ahora, pues el dolor le ceñía los tobillos. Adivinábanse crujidos, calambres bárbaros en la armazón de aquellas vértebras.
Recuperóse un momento después, blandió el acero y fue á alcanzar con las últimas zancadas el fondo del precipicio cuando el pie le falló. Claudicó un instante aún, y tropezando definitivamente saltó al abismo.
Chocando contra árboles y peñas su cuerpo desataba enormes argayos, zangoloteábase en golpes horribles. De pronto una rama lo encajó. Revolviose un momento con manos y piernas como un insecto panza arriba; mas las piedras que consigo deleznaba forzaron, descargándosele encima aquel conato de resistencia...
Un rumoreo excitó sordamente el grupo.
—Silencio!
Las cabezas se inclinaron.
Desligándose penosamente del alud que lo trituraba, el demolido reo se incorporó sobre los codos. Demoró un momento como ratificándose; procuró salvar después el trecho que mediaba entre él y la banderola. Una sobrehumana decisión prestábale ánimo para intentar semejante esfuerzo. Reparaban desde arriba, bien que vagamente, sus piernas quebradas, su cuerpo estru-