ellos. Recomenzaron las carreras, flamearon las banderolas, gritos y explosiones atronaron de nuevo, mientras los compadres se coronaban mutuamente con las roscas, dándose y perdonándose á la recíproca las quejas del año. Un ósculo siguió á esta ceremonia; y al levantarse los que estaban de hinojos, la muchedumbre atropelló el arco, desvistiéndolo en un tris de sus perendengues y confituras.
La estancia bullía de relinchos y coscojeos. Los recién llegados contaban noticias. Por allá casi no se peleaba, reduciéndose los quehaceres a custodiar el ganado, tirotearse con las partidas exploradoras y vigilar los pasos. ¡Ah!... y había ocurrido también una tragedia.
—¿Se acordaban de aquella vecina —cómo no se habían de acordar— que capitaneaba su servidumbre organizada por ella en montonera?... Pues la hallaron cosida á bayonetazos, devorado por los cuervos el vientre, los ojos hirviendo en querezas, ahorcada por más barbarie con sus propias trenzas que eran de extraordinario largor. Pero á la siguiente noche tomaron dos realistas, y en su honor resolvieron encorarlos. Plegándolos en una ese, los cosieron después y entregáronse á gozar la operación. No manifestaban sus rostros ninguna piedad, pues consintiendo de antemano