Más allá discutían los jefes. El cacique exponía. Sus dos camaradas, á través de la fronda, interesábanse por las cumbres que bosquejaba con el dedo. Éste se detuvo, indicó en el valle una brecha, un congosto bien conocido, sin duda, pues los tres hombres, después de consultarlo, persuadiéronse gravemente.
Luego, bienquistos con todos aquellos picachos, y previendo entre sonrisas el desenlace, volvieron á desaparecer en las malezas. El diluvio de sombra ascendía por los flancos de la montaña.
Una hebra de frío cruzó el crepúsculo. La noche, poco a poco, amurallaba el descampado. Sus tinieblas eran un preparativo. Sitiaban.
De repente, hacia el flanco izquierdo de la columna, entre los matorrales ya ennegrecidos de crepúsculo, hubo un enderezamiento. Grupos de hombres se levantaron con un alarido, blandiendo garrotes. Sonó una descarga, y en el retumbo que rebotó sobre los cerros, zumbaron rociadas de honda. Encrespóse el entrevero bajo el humo y la polvareda. Arrollados al primer choque, los godos rehiciéronse pronto, uniformando su mosquetería. Pero ya varios cuerpos sembraron el campo; pues macanas y chuzos trabajaban de punta y revés, echando el resto.