El viento que acababa de cellisquear con la noche por esas cumbres, disminuía sobre el páramo. Un solcito macilento como una vela, nacía sobre la inmensidad ecuórea de los ventisqueros; y más abajo, abríase en hoyo de arena un valle.
Serpenteaba hacia éste el sendero, descolgándose más bien entre los taludes, ó escalonándose como una gradería sobre rasantes lajas. No se oía un gorjeo, no se veía un rastro de vegetación, como no fuesen dos ó tres piquillines medrados á la mitad del camino, entre las rocas, y cuyas escarlatinas cuentas semejaban gotitas de sangre sobre el cilicio del matorral.
Cercaban el valle inmensos paredones en cuya aridez de cráter las sombras recortaban netamente, como cuencas de calaveras, hoyos y tajos. Sobre la rampa oriental, muy sombría, queda-