Traían media semana de repecho, calcinados por el sol, de día; disecados de noche por las escarchas, y zamarreándolos siempre —por Dios santo!— siempre, siempre, con la aspereza de un cuchillo que escama ó con el pululante ardor de un sinapismo; ora jadeando en acezos de mastín, ora alborotándose en ímpetus de máquina desgobernada; afinándose con flajelaciones de varilla, cacheteando con brutalidad de manopla; ciclón á veces, que retorcía en furibunda espiral su embudo de arena; á veces cierzo que tullía con dolores de cintarazo; duro y diáfano como el vidrio, lóbrego de bruma cual frenético harapo; entretenido en empujar durante un día entero, hacia un mismo punto, para sobresaltarse de repente con ímpetus de loco y estrellarse contra la montaña haciéndola temblar con pavor tremendo; ó encaprichado en serenar de pronto extensiones que paralizaba un hielo mortal, como si se hubiera destapado alguna bodega del abismo; para volver muy luego á las convulsiones, con intermitentes bufidos de arranque y definitiva carga á fondo otra vez, aullando el horror de epilépticos equilibrios sobre el vértigo, rallando en torbellinos el hielo de los taludes, como uno que se despeñara en crispación de garras sobre aquella pared —y siempre despierto, zumbándoles siem-
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Apariencia