Nunca fueron guerreras las campanas; sus voces loaron solamente los Cuasimodos que constituían el cumpleaños de la ciudad; mas cuando la tropa del rey efectuó el avance, con foscos sones probaron su desazón.
Nunca guerreras. Sus voces elogiaban himnos ó antífonas convidando á las gentes para bautismos y desposorios, desde las torres blancas como novias, lavadas de cal.
O en los crepúsculos de invierno sus dobles deprecaban por algún vecino, corregidor ó mayordomo de hermandad, desde las torres extáticas de firmamento, peinadas de sol.
Y habían compartido con su pregón los bandos y cédulas de la Majestad, lejana como Dios tras los mares fabulosos.
Y á las torres lavadas de cal, peinadas de sol, subid torrecitas! les charlaban bemolando con argentino bemol el viejo metal.
Reverenciaban las pastorales de los obispos, gallardas en su vetustez, y sus notas proponían á las torres: Subid torrecitas! Subid al azul!
Distintamente lo acompasaban, de tal modo que á su ritmo concernían palabras: Lavadas de cal, peinadas de sol...
Y luego un metálico parloteo; notas retozando en su garganta con la percusión crústica de la