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LA GUERRA GAUCHA

las sierras. La montaña, oscureciéndose más, se engrandecía: acercaba á la ciudad su ola de piedra y bosque. En una de esas cantó un gallo á la distancia, y al propio tiempo el badajo tocó.

A poco rato notose movimiento en la arboleda. Los realistas contramarcharon. La campana guardó silencio y el amago de las partidas cesó.

Otra contramarcha. Un nuevo toque...

La columna regresó definitivamente y su comandante galopó hacia la iglesia.

El sacristán vio y comprendió todo. Un nuevo toque salvábalo quizá; pero advertiría en falso á los montoneros; y perdido por perdido, no los iba á perjudicar. Entumió su talante, desoló su facha y aguardó.

Claramente oyó las voces que desde abajo pedían irónicamente la continuación del repique. Ahuecó una mano sobre el oído simulando sordera...

Poco después sonaban pasos en la torre. Desde el último tramo, el lego, en cuclillas, miraba. El soldado desaparecía á intervalos en los huecos del caracol. Por último, á los pies de aquél, aparecieron dos ojos y dos bigotes.

En esa soledad, al borde del vertiginoso agujero, una ocurrencia terrible asaltó á aquellos hombres; pero el militar contúvose ante el hábito y el otro