acuciaban, arruinados ellos también por cinco años de combates.
Desde su sitio los divisaban. Aquel enfaldo del monte, protegiéndolos al parecer, ahondábase en un verdadero buitrón al fondo del cual los rempujarían.
Inferíase por el traje que esos insurgentes formaban una legión selecta. Poseían un clarín, sables y tercerolas de ordenanza. Vestían chiripá negro ó punzó, camiseta y gorra de manga azules; algunos llevaban coletos de cordobán. Adornaban a sus caballos testeras de lana carmesí. Todos calzaban botas, si bien muchos habían remontado y solado de cuero crudo las suyas.
Eran de los Dragones Infernales. Conocían preceptos tácticos. Aguerríanse á son de trompa. Los más idóneos acaudillaban montoneras distantes. Soldados de carrera, más de uno lo abonaba, ostentando en girones la capona azul y blanca de Tucumán. Llevaban ya seis años de patriada y procedían de todas partes.
Un cordobés cuya tonada le valiera no pocos duelos á facón; un santiagueño que se alababa de brujo; un vejancón porteño que conocía la mar...
La patria les debía cinco de esos seis años, mas no por ello asqueábanle á la muerte. La mujer, sí, la extrañaban; pero aquella empresa ecuestre no