—Si gritara! indicó uno; y á semejante ocurrencia, un escalofrío estriduló en sus médulas. Otro le entreabrió la boca con el pulgar, para ver los dientes. Su frialdad y su peso impresionaban más que todo; horripilándolos á través del cabello su nuca helada, con una especie de superstición.
Mientras, los enteraba el mozo. Cuando la diseminación de los grupos en el combate singularizó las fisonomías, hubo de reconocer en el militar á uno de los juramentados en Salta el Año Doce. Así abusaron de la patria los perversos! No merecían compasión. De aquí su interés por la cabeza que izarían en una lanza, frente á la ciudad, con el cartel correspondiente.
Ya nadie la tocaba. Perjuro! Y aunque la charla se interrumpió, el grupo engrosaba con nuevos hombres. Concurrían á la novedad. Examinando el trofeo aquel con rencor acérrimo. Dos ó tres chanzas abortaron entre murmullos.
En tanto, un montonero garabateaba á la vislumbre, sobre un trozo de guardamonte y con cierta untura de sebo y carbón, romos caracteres. Su dedo industriábase con trabajosa lentitud, y poco á poco las letras decían: