Mal se portaba con los patriotas el cura del lugar. Conspiraba contra ellos, ayudándole su sobrino el licenciado. No abundaban, por cierto, los curas rebeldes. Si algunos se atrevían, los obispos excomulgábanlos y apostatando entonces, insubordinábanse con sus republiquetas de naturales, sin cesar aperreados por la gente del rey. Emprestaban de las rancherías vituallas y pertrechos. Luchaban, exhortando con sus proclamas en el peligro, orando por los agonizantes. Si daban en cautivos, luego de degradarlos los mataban. Mas, éstos no excederían la docena. Los demás, como aquél, predicaban obediencia al godo, apostrofaban con el infierno. Exhibían su tableje con asidua obsequiosidad — contra la patria, no, nunca! — pero contra los herejes, inculcaban. Así el cura de aquel lugar y su sobrino el licenciado.
Éste con su religión dulzaina, sus ojos absti-