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ALERTA

gado de montoneras amagaba también con el hambre; y para colmo, la avilantez de esa pelarruecas los engañaba sin escrúpulos. Cuando bien que oyeron balar ahí cerca al comenzar la borrasca. Perra de bruja! Al infierno con sus estropajos y coloretes!

Brilló un sable sobre la tela, zumbó el altibajo y una lluvia de hilos rojos como chorritos de sangre cubrió el rostro de la vieja. En ese momento empezó el chubasco.


La manga de granizo resolvíase en aguacero. Sobre los árboles golosos de frescura eléctrica, las rachas pulverizaban el chaparrón, tan denso por instantes, que el día rayado de agua se tupía profundamente. Chales de lluvia azotábanse sobre la fronda, flameaban los relámpagos, y los truenos entreveraban gigantescamente sus monólogos.

La nube de la piedra, cuyo es el mugido, cedía el campo a la de lluvia, que habla. Y ésta, en una ampulosidad de vocales, rotaba trajines de catapulta rebotando avalanchas contra pórticos de bronce. Retiñían después trallas crepitantes, cascaduras de matraca que el cielo repercutía como una azotea; deslumbrantes hachazos partían