Los antepasados de cobre protestaban en su desmirriado linaje. No se los comprendía del todo, porque, en vez de clamar, tronaban; pero embravecíalos, sí, un estridor de cólera, un encargo de venganza contra esos sayones del rey que deshacían los telares con sus manazas brutas...
La vieja entrecerró los ojos; pegósele al galillo una herrumbre de llanto, y como en ese instante recordara al niño, ilógica pena la estranguló en sollozos.
El chico recelándose de los hombres, se acurrucaba tras la puerta con montaraz inquina, aunque embargado de admiración por las armas. Cejijuntando, imitaba sin advertirlo la expresión de aquéllos. Su fiereza de cachorro precoz, curtido en los pastoreos de la puna y ya jinete, se descogía ante los soldados.
Ajustó á su cintura las boleadoras de cuartillas de oveja; improvisó una escopeta con la guía de los lizos — una caña rajada en su extremidad y bifurcada por un travesaño que al apretar aquella se disparaba; y envolviendo su honda en la nuca simuló galopes sobre un cráneo de buey. Los hombres juraron sordo, desplaciéndoles la jugarreta del muchacho. Entonces éste, para atravesar con más cautela, imitó a los pájaros cuando galanteaban, cuando anidaban, cuando caían en