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SORPRESA

en exploración los restantes; pero no vaciló por ello y el adversario aceptó la partida, comunicada que le fue. Era un húsar formidable, casi puro pelo la frente, cavo el ojo, enarcado en alero el bigote — lindo animal de guerra.

Arraigado en su empaque con una macicez de cubo, esperó a su contrario. Y fue cosa de un instante. No más que al comenzar le volteó una quijada de un hachazo. Mismo golpe para el segundo. En cuanto al tercero, de un revés lo despabiló como una vela.

Sucedía eso por primera vez, más no extrañaba al capitán. Desde el principio, el hombre aquél le llenó el ojo. Pero costaba demasiado, y además precisaba combatir, cumpliendo la palabra.

El capitán desenvainó envidando con una ojeada; mas, apenas los sables se tocaron, saltó el suyo en un desarme maestro. Una llamita le empurpuró los pómulos, con la natural angurria de rajar en dos al soldado. Este no se inmutó. Conservaba exactamente su guardia, medio enterrados los talones, sorbiendo el aire con anhelación profunda, la frente partida por una raya de sudor.

Desarmado por tercera vez, el oficial permanecía incólume. Contenía quizás al húsar el respeto del grado o alguna inexpresada simpatía que emanaba de aquella mocedad. Entonces el capitán con un