cogían el ánimo. Inquiríase sin motivos prodigiosos rumores; y desde el cielo que cejijuntaba á pesar de su limpieza, el sol vertía una dejadez letal.
La joven no reparó mucho en aquellas singularidades. Atraída por la jarana y á la vez corrida por el bochorno, regresó al rancho. Polcábase á más y mejor. Relevados por sus compañeros, los músicos se desquitaban ahora. Bajo la ramada, la patrona atendía unos tamales en avanzada cocción. A todo esto, la tranquilidad del aire se agravaba prometiendo una siesta espantosa cuando junto con lo que alertó un tero en el bajo, ladró bruscamente el perro.
—Gente!
El modo de ladrar anunciaba los tropeles que el animal sentía. Los mozos desde el patio, con una mirada exploraron el contorno. Faldeando la loma vecina, un regimiento avanzaba sumergida su cabeza en el bosque. El caudillo gaucho apoyándose en las jambas de la puerta, olfateó el peligro; calculó sus probabilidades, y á una señal que dio, los seis montoneros se deslizaron entre los árboles.
Seguro ya de aquellos hombres que economizaba, entró. Las mujeres jesuseaban junto a la mesa en consternado grupo; mas, omitiéndolas en su premura, el jefe se preparaba rápidamente. A manotones recogió los frenos; dirigiéndose