Entonces la rabia les reventó en los sesos. Alzáronse furibundos y á través de los árboles se lanzaron. El bosque pasó sobre sus cabezas como un sueño. En dos suspiros salieron sobre el patio lleno de hombres y de caballos que el humo envolvía con su membrana pardusca.
Junto á las hornallas, una feroz patulea revolvíase en torno de las mujeres, sin duda, pues bajo el montón de piernas columbrábase trozos de bayeta y de fustán. Y promiscuando en ese botín de placer, mientras los unos violaban a su guisa, baldeaban otros el pozo vecino, precipitándose sobre el cubo con borborigmos bestiales. Habían saqueado esa mañana una bodega, y borrachos de vino, tanto como el sol, mancillaban hasta el asco aquella ración de carne rebelde.
Su salacidad piafante cubría el rumor del incendio. Acoplábanse á pleno sol, con los raigones del tálamo, hambrientos de mujer, abandonando sus cabalgaduras y empabellonando sus carabinas al azar, entre un berrenchín que brutalizaba más el espectáculo.
Al estruendo del trabucazo que estalló sobre ellos, desembocaron los insurgentes blandiendo sus facones. Una pelotera de cuerpos se anudó con furia ciega revolcándose por el suelo. Los