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A Las Bellas Hijas


Por eso ninguna mision hai sobre la tierra más grande, mãs sublime, más sauta, que la que Dios ha confiado a los padres de familia.

 Pero si queremos que esta mision se cumpla tal como Dios lo ha dispueosto; si queremos que la impiedad i la auarquía dejeu de aflijir a las naciones; si queremos que los pueblos entren en el camino de su perfeccion moral, erijamos altares a la virtud i a la paz en el seno del hogar doméstico, en el corazon de la mujer. Porque la virtud en ella es el bálsamo que, esparciéndose por h tierra, cura todas las dolencias, cicatriza todas las heridas, hasta que envolviéudonos en su perfume nos presenta limpios allá en ese divino hogar que se llama el cielo.

Oh! los que creeis que no hai uu cielo que brille más que el oro, ni mayor placer que el brutal instinto del sentido; los que dudais de la virtud, sois, en verdad, diguos de compasiou. Alzad la vista i ved ese inmenso cielo que rueda sobre nuestras cabezas, que esparce la luz de la vidadesde el humilde rincon del desvalido hasta el palacio del poderoso: ¡ah! despojaos de vuestra miseria, postraos reverentes ante el altar de la virtud, i vereis que es allí donde están depositados los verdadeos goces, las fruiciones puras i divinas del alma, i que eu los placeres pasajeros del