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LA HIJA

fra, por su predilección por los griegos y su trato con los extranjeros odiados por los egipcios, precipitado su caída motivando la franca insurrección de los sacerdotes y guerreros, se confiaba que Amasis volvería, como en los tiempos antiguos, á cerrar el país á los extranjeros¹⁹, y despediría á los mercenarios helénicos, ejecutando las órdenes de los sacerdotes en vez de atenerse á los consejos de los griegos. Pero ya ves cómo los sesudos egipcios se han equivocado en su elección de rey, cayendo de Skila en Caribdis. Si Hofra fué amigo de los griegos, de amante podemos calificar á Amasis. Los egipcios, y sobre todo los sacerdotes y los guerreros, están irritadísimos, y de buena gana nos degollarían á todos como Odiseo á los pretendientes de su esposa que comían su hacienda. De los guerreros no hace gran caso el rey, porque sabe lo que puede esperar de ellos y de nosotros; á los sacerdotes, empero, les ha de tratar con más miramiento, porque tienen una influencia inmensa sobre el pueblo, y porque el mismo rey tiene aun más apego de lo que quiere confesar á esta religión absurda²⁰, que en este país tan raro ²¹ subsiste invariable desde miles de años há, pareciendo por ello doblemente sagrada á sus confesores. Esos sacerdotes amargan la vida á Amasis, nos persiguen y diezman cuanto pueden, y yo mismo hace tiempo que hubiera muerto, si no me amparase la mano protectora del rey. Pero, ¡qué digresión!...

Decía que Rodopis fué recibida en Náukratis con los brazos abiertos, y Amasis, que llegó á conocerla, la colmó de favores. Su hija Kleis, á la que no se permitió nunca alternar en las reuniones nocturnas de su casa, y que fué educada con más rigor tal vez que las otras niñas de Náukratis, casó con Glaucos, rico negociante focense de familia ilustre, que había defendido valientemente su patria contra los persas, y fuese con él á vivir á Masalia²², ciudad recién fundada en la costa kéltica. Acababan de tener una hija, á la que pusieron por nombre Sapfó, cuando los jóvenes esposos murieron víctimas del clima. Rodopis misma emprendió el largo viaje al

Occidente en busca de la pequeña huérfana; guardóla en su casa, la hizo educar esmeradamente, y ahora, adulta ya, le veda la compañía de los hombres. Es que siente de tal modo