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LA HIJA

vestíbulo y tenía la figura de un cuadrado, con pórticos, alrededor, en los cuales se abrían numerosos aposentos. En medio de este salón, donde se reunían los hombres, y en hogar de metal, dispuesto á modo de altar, de rico trabajo eginético²⁶, ardía el fuego doméstico.

De día el salón recibía su luz por las aberturas del techo, que servían al propio tiempo para dar salida al humo del hogar. Un pasadizo colocado en dirección opuesta al vestíbulo y cerrado por una sólida puerta, conducía al gran patio propio de las mujeres, cercado de columnas sólo por tres lados, en el cual solían congregarse aquellas que pertenecían á la familia, cuando no estaban ocupadas en hilar ó tejer en los aposentos contiguos á la puerta del jardín. Entre estos últimos y los del patio, destinados á los fines de la economía doméstica, se hallaban los dormitorios donde se guardaban también los tesoros de la casa. Las paredes del patio de los hombres estaban pintadas de un color rojizo, sobre el cual resaltaban visiblemente los contornos de las estatuas de mármol blanco, regalo de un artista de Jios²⁷. Densas alfombras de Sardes cubrían el pavimento. A lo largo de la columna, extendíanse unos divanes bajos cubiertos de pieles de panteras. Junto al ara había unos sillones egipcios de forma rara y unas mesitas de madera de tuya²⁸ delicadamente esculpidas. En ellas se veían instrumentos músicos de toda clase, como flautas, cítaras y forminges. De las paredes colgaban numerosas lámparas de varias formas alimentadas con el aceite de ricino llamado kiki²⁹; las unas representando un delfín que vomitara fuego, las otras un monstruo raro alado de cuya boca saliera una llamarada. La luz de todas ellas se combinaba con el fuego del hogar y producía un bello golpe de vista.

En este patio hallábanse varios hombres que se distinguían por su aspecto y su vestido. Un siríaco de Tiro, en traje largo de color de pasa, sostenía animada plática con otro hombre, cuyas facciones abultadas y ensortijado pelo negro denunciaban su procedencia israelita. Había llegado á Egipto con la intención de comprar para el rey de Judá, Zorobabel, caballos y carruajes egipcios, que eran los más renombrados en aquella época³⁰. Tres griegos del Asia me-