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HOMENAJE A COLON.
Colon 1869
I


En la mañana del 3 de agosto de 1492, tres pequeñas carabelas zarpaban del puerto de Palos, con el audaz designio de atravesar el inmenso Océano: daban un adiós, quizás el último,—dice un historiador contemporáneo,— al antiguo mundo, y se lanzaban resueltamente en aquel borrascoso piélago, jamás basta entonces surcado, sobre cuyas aguas nunca se diera al viento vela alguna.

¿Quién no sabe de memoria la biografía del inmortal descubridor del Nuevo Mundo? ¿Quién no ha leído, vertiendo lágrimas de entusiasmo, las aventuras del genovés insigne «que fue llamado de lo alto—exclama con unción piadosa el cardenal Donnet—para llevar á cabo una obra de tanta magnitud,» desde que el pobre loco—según le llamaban con desden profundo las gentes de sus dias — apareciendo por vez primera en las páginas ile nuestra historia [1],

«....lleno de afan,
triste, cansado) hambriento,
llegó al umbral del convento
pidiendo un albergue... ¡y pan!.»

¿Quién, si de español blasona, no advierte alegría en su corazón y orgullo en su ánimo, al pronunciar el nombre del génio providencial que enarboló el victorioso pendon de Castilla en las vírgenes playas de un mundo desconocido?

Y, no obstante, ¡la historia de Colon es un poema de lágrimas!

¡Triste destino el del génio!—Tender al cielo su límpida mirada, y, al lijarla en la tierra, sentir la angustia en el alma y el llanto en los ojos.

Adivina Colon un mundo, y se le desprecia; arranca el mundo soñado á las entrañas del Océano, y se intenta despojarle de su legitima gloria; ríos de oro brotan de los nuevos paises, y se le deja exbalar el último suspiro en un rincón oscuro y miserable, contemplando con triste mirada los infames grillos que la envidia, la cruel y traidora envidia, colocó en sus manos.

«Todos aquellos que supieron mi empresa,—dice con amargura infinita el insigne Almirante, en una carta á la la reina Católica,—con risa le negaron burlando...

»... Siete años pasé aquí en su real córte disputando el caso con tantas personas de tanta autoridad y sabios en todas artes, y en fin concluyeron que todo era vano y se desistieron con esto dello... [2]

¡Terrible martirio!

Porque la creencia de que se hallarían ignotos lugares, navegando al Occidente, en línea recta, por el mar Atlántico—siquiera fuesen aquellas las costas orientales del Asia ó los deliciosos vergeles que la ardiente imaginación del veneciano Marco Polo habia situado en las fantásticas regiones de Cathay y Cipaup— era, para Colon, un verdadero axioma, una convicción práctica é incontrovertible, resultado de sus no vulgares conocimientos en cosmografía y robustecida con la autoridad de las sagradas letras y de algunos escritores antiguos, cuyas hipótesis—vagas alusiones, mejor dicho— obraron poderosamente en su ánimo. Y se creia el hombre elegido por Dios para descorrer completamente aquel misterioso velo.

«Falló á Nuestro Señor muy propicio—confiesa en la carta ya citada—y hobe dél para ello espirito de inteligencia. En la marinería me fizo abondoso; de aslrología me dió lo que abastaba y ansi de geometría... y en genio en el ánima...»

«Me abrió Nuestro Señor—dice en otro lugar—el entendimiento con mano palpable, á que era hacedero navegar de aquí á las Indias, y me abrió la voluntad para la ejecución de ello [3]

II.

Preciso es confesar, con el digno Almirante, que la existencia de otras tierras más allá del Atlántico se hallaba indicada en las obras de muchos esclarecidos ingenios de las edades pasadas: creencia general que parece ser, quizás, indeleble recuerdo, intuición maravillosa.

En 985, el navegante escandinavo Erik Rauda, dirigiéndose al Occidente por los mares del Norte, llegó á tocar en la Groenlandia y divisó la embocadura del rio San Lorenzo; Madoe y Owen, compatriotas de aquel, en 1170, siguieron la misma ruta; la espedicion aventurera, llamada de los árabes errantes (Almagruvim: engañados en sus esperanzas), salió de Lisboa, con rumbo al Oeste, en 1147; aun se ignora la suerte que reservó el destino al intrépido genovés Teodosio Doria, que lanzó su nave en el Atlántico, en 1292, para llegar a la india, y también se desconoce el fin que lograron los hermanos Zeni, marinos venecianos que pretendieron seguir la estela del buque de Doria, en 1380, alucinados por las fábulas de su compatriota Marco Polo.

Pasmoso es que Colon, á quien no podían ocultársele estos hechos, por qué viajó por Islandia y los mares escandinavos en 1477,—al decir de su hijo y cronista, Fernando Colon [4]—no presentara, en apoyo de su teoría, los descubrimientos realizados por los marinos del norte, de las costas setentrionales de América. Quizás—observa el sabio Humboldt [5] —consideraba el descubridor del Nuevo-Mundo á la Groenlandia como una tierra enclavada en los mares de Europa,— prolongación estraña de la Escandinavia—conforme en todo con la opinión mas corriente, en aquellos dias, entre los geógrafos.

Pero no se le ocultaron, sin embargo, las opiniones de los escritores antiguos acerca de la existencia de tierras desconocidas, al Oeste de los mares.

Y no eran estas, en verdad, de escasa valia.

La doctrina jónica, seguida por Thales y Anaximeno, Plutarco y Herodoto, enseñaba que la tierra era un inmenso disco cercado por el Océano, y que se inclinaba hácia el Sud á causa del informe peso con que le aplastaba, en todas las épocas del año, la gigantesca vegetación de los trópicos [6].


  1. Á Colon — Poesía del autor, premiada.
  2. Profecías que junto el almirante don Cristóbal Colon de la recuperacion de la Santa Ciudad de Hierusalem y del descubrimiento de las Indias.— M. S. de 84 fol. (fantan 14) existente en la Biblioteca Colombina de Sevilla. Apud Navarrete, Colección de viajes y descubrimientos , etc. (Madrid, 1825), t. II, Documentos diplomáticos, pag. 262.
  3. Colección de Viajes, lac. cit. -Toda esta carta aparece escrita en el original de letra de Fernando Colon, con algunas enmiendas de letra del mismo Almirante.
  4. Historia del Almirante, por Femando Colon, cap. IV. —Apud Barcia. Historiadores primitivos de las Indias Occidentales (Madrid, 1749), t. I, página 112.
  5. Histoire de la Geographie du Nouveau Continent et des progres de l' Astrommie nautique, anc XV et XVI siecles, por A. de Humboldt. (París, 1836, 39). t. II, pág. 118 y sig.
  6. Humboldt, Histoire, etc., 1. I, sec. I.-El erudito autor consagra toda la sección primera de Mi obra a examinar detenidamente las opiniones de los antiguos sobre la teoria de tierras al Oeste.