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LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA


medios á sus perseguidos hijuelos. Asi, las almas de los predestinados á covar las ideas como la gallina los huevos, celan, atisban cuanto al rededor suyo pasa, cuidadosas de los próximos polluelos, amados á pesar de desconocidos. El alma de Calvino abrigaba la idea capital del Protestantismo; y como abrigaba la idea capital del Protestantismo, la defendía con furia maternal de todos sus numerosos enemigos; el alma de Juan Calvino, como el alma de Gregorio VII, como el alma de Maximiliano Robespierre, es un alma revolucionaria esencialmente. Pero todas estas almas pasan como relámpagos y pasan con la tempestad que las produce.

Emilio Castelar.

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REVISTA científica ___


LA PALIDEZ Y EL RUBOR

Digamos, aunque sea una perogrullada, que de todo puede escribirse en este mundo: de re scibili et quibusdam aliis. Por eso, sin duda, ha escrito M. C. Richet sobre el Asco, y recientemente, el distinguido fisiólogo turinés Mosso, sobre el Miedo. Vamos á tratar en la presente revista de uno de los capítulos de la segunda obra citada.

Suponemos enterados á nuestros lectores de la manera como se efectúa la circulación en el organismo humano: los cuatro kilogramos de sangre que por término medio contiene nuestro cuerpo recorren incesantemente un conjunto de tubos elásticos cuyo centro está en el corazón, ramificándose desde allí hasta la periferia en vasos de cada vez más estrechos hasta hacerse invisibles, lo cual no impide que aun entonces sigan dividiéndose y subdividiéndose formando una red intrincadísima que da á la piel aquel tinte encamado, tan combatido por nuestras aficionadas á los polvos de arroz (ó de albayalde).

Desde los capilares, — que así se llaman, exagerándose muchísimo su calibre, los expresados vasillos, — pasa la sangre á unos canalículos de mayor diámetro, que son las venas, las cuales forman un sistema inverso al arterial: éste, á manera de un árbol, va ramificándose de adentro afuera, mientras que el sistema venoso, va constituyéndose á manera de caudaloso río formado por innumerables afluentes y sub-afluentes, desde la periferie al centro.

Estos canalículos, por cuyo interior se verifica la circulación de la sangre, están revestidos de fibrillas musculares, que si se dilatan, ensanchan el calibre del vaso, mientras que si se contraen lo estrechan. La palidez, elocuente manifestación del miedo, resulta de la contracción vascular; en cambio, el rubor, delicada prueba del pudor herido, dimana de su dilatación. Pero ni en uno ni en otro cambio de color tiene nada que ver el corazón, igualmente alborotado en uno y otro caso, sino que la alteración procede de los nervios vaso-motores, delgadísimos filamentos nacidos en los centros nerviosos, que acompañan á los vasos en todas direcciones, y que sin voluntaria excitación, producen la dilatación ó contracción de los capilares arteriales y Vinosos obrando-sobre sus fibras musculares.

Esta palidez y este rubor de que venimos hablando se notan, sobre todo, en la cara, particularidad que depende de que allí los vasos son más sensibles que en ninguna otra región, — y lo son porque los nervios vaso-motores están más cerca de los centros de donde proceden y después porque los capilares del rostro son más delicados en su estructura íntima que no el resto. «En efecto, dice Mosso, si se respiran los vapores de una sustancia que como el nitrito de amilo paraliza los vasos sanguíneos, prodúcese inmediatamente una viva rubicundez de la oara, sintiéndose al cabo do algunos segundos como una especie de llamaradas en el rostro.» Recomendamos, pues, el nitrito de amilo á los que tengan necesidad de aparentar los fenómenos externos causados por el pudor. Es una sustancia que puede prestar inmensos servicios en la farmacopea política y en el teatro.

No todos palidecen ó se ruborizan con igual facilidad. Una de las diferencias principales dependen de la edad. Los adultos se ruborizan menos que los jóvenes, pero no porque sea menos viva la emoción experimentada sino porque los vasos sanguíneos se han hecho menos elásticos y puesto rígidos. Por eso los niños muestran más encendido el color, durante un paseo por el sol, que no los jóvenes y estos más que los ancianos.

Existen también diferencias entre la facilidad de ruborizarse personas de una misma edad, y no porque no puedan ser todos igualmente

UNA CALLEJUELA EN TIEMPO DE LA ANTIGUA ROMA (Acuarela de Waterhouse)

pudibundas sino por la divenia reacción vascular de cada una. Así, en un teatro, en un café, en un baile, donde reina una elevada temperatura, no todos los concurrentes aparecerán con el rostro igualmente encendido ni las manos igualmente ardorosas; ó lo que es lo mismo, el calor no dilatará igualmente los capilares para producir el efecto de la dilatación: rubor y calor.

Los efectos de una temperatura elevada ó baja son, sin embargo, puramente locales, por lo cual es mucho más importante la variación originada por las emociones; por punto general, la excitabilidad de los nervios vaso-motores, es igual en las dos mitades laterales del cuerpo (aunque hay personas que se ruborizan más fácilmente de la parte derecha, que es donde se encuentra los vasos más sensibles). «Después de fuertes emociones, dice Mosso, experimentamos una sensación de frío, debida á la contracción de los vasos esparcidos por todo el cuerpo, como si una sábana helada rodease los miembros y alcanzase hasta el corazón; es una mezcla de impresiones indefinibles y variadas, comparables á las tinieblas, al frío, á un rumor triste y profundo. La sensación es generalmente más viva en la cabeza y en la espalda, que en los brazos y en las piernas. A veces sin causa aparente experimentamos cosa semejante, en cuyo caso dice el pueblo «que la muerte pasa por cerca de nosotros. » Es algo como análogo á las contracciones que experimentamos de súbito en la cama, en el momento de dormirnos.»