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18 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA


SUMARIO

Texto.- Madrid. Cartas a mi prima por Fernanflor.—La casa de Pedro López (continuación), por Juan Tomas Salvany.— Revista , por Alfredo O.— El regalo de Byron por A. Pérez G. Nieva. En el mismo, por Vicente Colorado. — Nuestros grabado,— ¿a qué saben las brevas? «poesía» por José Boarrás. La fuerza de los carralucos (continuación), por Francisco Gras y Elías.

Grabados.— La Biblia de Gutenberg.— Dominó.— La Maternidad —Hera. Platós decorativo — Cadizcoasts: El descargadero — Como el pez en el agua — Puente de Badajoz — Homero, ciego y pobre, consolándose con sus cuentos. — Lucrecia. —Los viejecitos en casa.— Matrona Romana— El Oráculo


MADRID

Cartas a mi prima

EL INCENDIO

ALGUNAS personas me han preguntado: —«¿Y quién es esa prima de usted? ¿Y cómo se llama? ¿Es joven? ¿Es guapa? ¿Es rica? ¿Está V. enamorado de ella? ¿Es soltera, casada ó viuda? Está en España ó en el extranjero... En fin, sepamos algo, porque su primera carta de V. no es muy explícita...» Pues sí;—les he contestado,—mi prima se llama Carmen, tiene veinte años, es lindísima; no está mal de fortuna; es soltera y tiene novio y se casará. Dios mediante; vive en París desde hace un año y no la tengo amor sino mucho cariño porque nos hemos tratado siempre como hermanos. Esta es la razón de que hoy la escriba estas cartas... Y si ella me contestare alguna vez, por las contestaciones verían ustedes que así es linda como modesta, sencilla, instruida, de buen corazón, de vivo ingenio, de gustos artísticos, de sentimientos cristianos; y, en fin, la perfección de las perfecciones. Es una señorita con quien se puede hablar, y una mujer con quien puede cualquiera casarse: toca el piano, habla francés y el inglés, baila, dibuja, pinta; y, sin embargo, sabe regir una casa, guisar, coser y cuidar á un enfermo. Si viniese á pobre no tendría que mendigar ni prostituirse como algunas pollas de Madrid, amigas suyas, al pasar repentinamente del fausto á la miseria...»

Creo que reconocerás,—prima mía,—la exactitud de este retrato; y comprenderás que no engaño á los curiosos... Y dicho esto, y para no mortificar tu modestia, entro en el asunto de la segunda carta que te dirijo... Asunto triste, que será el culminante de la semana, pues no es probable que ocurra en ella otra mayor catástrofe.

Anteayer, miércoles, á las cuatro de la mañana las campanas de la iglesia de Chamberí, despertaban á los vecinos de aquel barrio.— ¿Qué ocurre?—se preguntaban con susto asomándose á los balcones. No tenían necesidad de contestación... El incendio con sus llamaradas, con sus resplandores de aurora boreal y con su penacho de humo iluminaba la calle del Cardenal Cisneros, y anticipaba la claridad trémula del alba.—¿Dónde es?—¿En qué número?—¡Es en el número 7, en una tienda de ultramarinos!

Madrid vive,—como tú sabes,—sobre tabernas y tiendas de comestibles. En cada casa hay alguno de estas dos clases de comercio. Apenas se inicia un barrio y se edifica una casa llega el tendero del aceite y del vinagre ó el del aguardiente y el vino y toma posesión de la futura colonia. Son, estos, comercios que no sufren las fluctuaciones de la política ni del capricho. Hay que comer y beber so pena de la vida. Son comercios seguros; y, ya que no sean brillantes, aseguran una fortuna modesta y retiro cómodo para la vejez. El tendero de la esquina, que muy pocos vecinos conocen, tiene la ventaja de conocerlos á todos, por las habladurías de los criados; sabe quien es pobre, cual es rico; la historia, vida y milagros de cada uno; y viene á convertirse en acreedor universal. Los criados de la mayor parte de las casas toman comestibles y dicen como el del cuento:—¡Apunte usted!—hasta que el tendero contesta un día como su colega de marras:—¡Di á tu amo que ya me canso de apuntar, que voy á hacer fuego!—Se comprende, pues, que el tendero es digno de gratitud y que debiera dársele mayor estimación que se le manifiesta. Pero, si bajo este punto de vista le debemos gratitud, es también cierto, que su comercio es un peligro constante de la casa en que vivimos y de nuestra propia vida... La planta baja de casi todos los edificios de Madrid es un depósito de petróleo, de aguardientes, de muchas materias inflamables... Puede decirse que Madrid está sobre un volcán. Y á lo mejor revienta uno de sus cráteres, abrasando un edificio y devorando muchas vidas.

Mientras esto no sucede el vecino de Madrid vive descuidado, sin fijarse en el peligro; ya porque todo hombre se cree el favorito de la fortuna, ya porque en esta vida de lucha, de afán y de escasez constante en que vivimos, creemos que sólo debemos temer á los enemigos conocidos. Y el tendero es un enemigo anónimo, y su almacén, verdadero polvorín, tiene un escaparate halagüeño, amistoso, que despierta sensaciones y pensamientos gratos.

Dejamos todos los días nuestra casa sin pensar en que tal vez no la encontraremos al volver; que todo aquel ajuar en el cual hemos empleado gran parte de nuestra fortuna y al que tenemos tanto cariño como á nuestra familia misma, desaparecerá, tal vez, en una hora, y que de súbito nos quedaremos con el suelo y el cielo por hogar y por techumbre... Entre todos los riesgos que tenemos para nuestra familia no contamos el incendio, jamás... ¿Por qué?—Acaso, prima, porque es un peligro que nos sigue á todos lados, en todas las ciudades y casas, en los templos, en los teatros y que llevamos con nosotros con una caja de fósforos en el bolsillo; con una lámpara de petróleo en la mano... Hasta en los bosques, hasta en la campiña, sobre todo por Agosto, el incendio ¡puede sorprendernos y calcinarnos.

Al mudarse de casa nadie tiene en cuenta si en el piso bajo ni en cualquier otro hay almacenadas materias inflamables; todos, sin embargo, dejarían de mudarse á una casa si supiesen que uno de los vecinos era ladrón ó asesino.

El incendio de la calle del Cardenal Cisneros ha sido terrible. A los pocos momentos las llamas subían por la fachada hasta retorcerse sobre el tejado. Los vecinos dormían y se encontraron prisioneros del fuego. El terror animó aquel tranquilo edificio; se oyeron voces de: ¡Socorro! corría la gente sin dirección, buscando salidas entre humo y llamas, entre el golpear en los tabiques y las voces de los guardias y bomberos que llegaban á prestar auxilio. Nadie sabe luchar con la muerte cuando ésta le rodea en el sueño y le despierta oprimiéndole con sus brazos. El espíritu necesita espacio para rehacerse y la carne temerosa no se le concede; el más heroico se aturde, se precipita y por evitar el peligro se lanza en peligros mayores sin vacilar un momento. En este incendio de Chamberí, uno de los vecinos se descuelga por un cordel, escaso, y se deja caer en la calle, donde le recogen mal herido... Otros inquilinos se dirigen al núcleo del incendio creyendo evitarle.

En el piso tercero de la casa vivía un jefe de telégrafos, con su señora, una hermana, una cuñada y cinco hijos; las dos hermanas, uno de los niños y el jefe de telégrafos, han muerto... La impresión que este incendio ha producido en Madrid ha sido grande y el alcalde se ha creído en el caso de publicar un bando tranquilizador...

Con este motivo El Imparcial ha escrito juiciosas observaciones lamentándose de que en Madrid se gaste el dinero en cosas supérfluas, descuidando las necesarias. En efecto, los ayuntamientos de Madrid dedican el dinero de sus administrados á obras de lujo; sin emprender muchas de absoluta necesidad ni de higiene. La razón de esto se encuentra en nuestro carácter vanidoso, que prefiere lucir exteriormente á vivir con comodidad en casa; á que Madrid quiere parecer una gran capital sin los recursos de otras capitales europeas. Madrid es cursi. Además nuestros ayuntamientos se llaman populares, sin ser del pueblo, y sólo inician y terminan las reformas aristocráticas y las convenientes para las clases acomodadas. Del pueblo no esperan nada; nada de la masa común, sino de grupos sociales determinados; á estos favorecen y halagan con preferencia. Si un día se quemase parte del Palacio Real ó de la Presidencia del Consejo de Ministros, pereciendo alguien de las respectivas familias, verías cómo se montaba súbitamente un admirable servicio de incendios y se canalizaba todo Madrid y hasta se formaba una red de tubos sobre el casco de la población para convertirla, cuando fuese preciso, en un juego de aguas. Sí, prima, lo repito, Madrid es cursi como un elegante que se pusiese frac y corbata blanca con pantalones de color.

En cuanto ocurre un incendio las Compañías de seguros envían á sus agentes por las casas para invitarnos á que aseguremos nuestros muebles. No hablo de los edificios porque casi todos los de Madrid están asegurados.

Entonces, prima, algunos particulares aseguran sus mobiliarios pero la generalidad se contenta con mirar sus muebles sin querer exponerlos además del incendio á un pleito con las Compañías... Después de todo, lo que más tememos perder, nuestra mujer, nuestros hijos, no son muebles asegurables; y entre los mismos objetos de nuestra casa, los que mayor valor tienen para nosotros no tendrían ninguno para las Compañías aseguradoras... Hay hombre que en momento de oír la voz de ¡Fuego! sólo se preocupa de salvar un retrato, un paquete de cartas, un recuerdo. El militar entonces busca sus cruces; el pintor la obra que tiene empezada; el aristócrata su genealogía; el autor dramático su manuscrito; la actriz sus coronas; la patrona de huéspedes sus cubiertos de plata de Meneses; el licenciado su canuto; el cura su breviario; la coqueta su servicio de tocador; el miope sus lentes; el elegante su gabán de pieles; el coleccionista su miniatura... Y esta señora no quiere ponerse en salvo sin su canario; ni aquélla sin su perrito y hay quien aparece entre las llamas, convulso, sin ropas y con su guitarra.

No cabe duda que todos deberíamos tener en nuestra casa un pequeño material de incendios: una piqueta con que abrir boquetes en la pared; escalas y maromas para descolgarnos por los balcones; sacos salvadores de la asfixia... Nadie tiene esto. Se contenta con esperar á que vengan á salvarle los de afuera ó se tira sencillamente á la calle por un balcón.

Durante algún tiempo ha estado de moda el hacerlo incombustible todo: edificios, muebles, ropas é individuos; pero la gente se va ya convenciendo de que contra el fuego sólo hay un medio eficaz, el más primitivo: el agua. Esta es la verdadera salvación... Por cierto, Carmen, que en el incendio del miércoles se presentaron las bombas inmediatamente; cosa que no suele ocurrir. A verdad es que en cambio no había en la calle agua con que llenarlas.

Ignoro si se ha sabido ya la causa del incendio. Se creyó en un principio que provenía de haberse inflamado el gas; por descuido del mozo de la tienda; un muchacho recién venido de un pueblo, que al despertarse y oír en la oscuridad que su amo le decía:—¡Virgilio, hijo mío, levántate!—se levantó y huyó espantado, no del incendio, sino de que le llamasen hijo. Pero luego se ha desechado aquella suposición.

No te digo una novedad al decirte que la malicia supone casi siempre intencionados los incendios en los comercios; yo no sé quién ha dicho:—«Sólo el diablo sabe los incendios que ha producido el seguro.» La malicia, sin embargo, casi siempre también se equivoca; y lo milagroso es que en Madrid no haya más incendios todavía... ¿Has visto alguien que mire donde arroja un fósforo ni una punta de cigarro; ni donde pone una palmatoria, ni como deja, al salir de casa ó al acostarse, la chimenea?