abrazaste al hijo pródigo,
le diste en tu hogar asilo,
le diste asiento en tu mesa,
convocaste á los amigos,
y celebraste su vuelta
cual la de tu hijo legítimo,
con saraos, serenatas,
convites y regocijos.
Por eso te adoro, Burgos:
porque la primera has sido
que de mi niñez quisiste
volver á escuchar los himnos;
y aunque echaste en ellos menos
cuando volvistes á oirlos
los juveniles arranques
de su vigor primitivo,
no me los desestimaste;
pues sabes que si es preciso
morir ó llegar á viejo,
envejecer no es delito.
Por eso he determinado,
mas que audaz, agradecido,
dedicarte este volumen,
tan sin valor por ser mio.
Porque ¡ay de mí! noble Burgos,
no tengo para ello títulos:
pues nada soy en el mundo,
ni nada jamás he sido.
Yo que marché por la tierra
solo, independiente, altivo,
dejando entre sus zarzales
fui pedazos de mí mismo.
Yo no he creido jamás
en la fe de los políticos,
y nunca viento á mis versos
ha dado ningún partido.
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V
INTRODUCCIÓN