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Poesías de Cuellar. — 137

Y si el dolor con su saeta aguda
Hiere tu corazón, madre del alma,
Con mis caricias tu pesar se muda
Y solo encuentras en mi amor la calma.

¡Gracias, oh, gracias mil; siempre te adoro!
Solo tu alma es sin fin agradecida:
¡Cada suspiro tuyo es un tesoro!
¡Cada caricia tuya es una vida!

¿Ouién me ha de amar así? nadie en el mundo;
Jamás encontraré tan puros lazos,
Porque al embate de pesar profundo
Las cadenas de amor se hacen pedazos.

Siempre la duda cual roedor insecto
En el pecho se anida en propio daño,
Y siempre viene en pos de cada afecto,
Y de cada ilusión, un desengaño.

        Pero tú, madre del alma,
        Sin ese duro temor.
        Me darás siempre la calma
        Y te llevarás la palma
        De mi solícito amor.