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LA MAESTRA NORMAL


El Director se levantó indicado. Solís le había herido en lo más íntimo, en aquella dignidad profesional de que tanto alardeaba. Y, solemne, con acento vengativo, la voz empañada por el odio, y el gesto altivo y desdeñoso, profirió:

—Si usted tiene amores ilícitos con esa... mujer, con esa maestra indigna, debe retirarse de la escuela. No permitiré jamás, jamás, que en esta casa se expongan tales lacras.

—Cuatro mujerzuelas, — continuó Solís que sentía la necesidad de ofender al Director. — Y en primer lugar la Regente. ¡La Regente, tan luego! ¿Quién es esa mujer para juzgar a Raselda? Todo el mundo sabe que es una...

Y casi largó la palabra. El Director se puso lívido, señaló a Solís la puerta y, despreciándole con su gesto, dijo olímpicamente:

— Hemos terminado; retírese.

— No hemos empezado — balbució Solís, con los ojos brillantes y accionando zurdamente.

— Fuera de aquí o lo hago echar...

Solís sintió que toda su sangre se le agolpaba a la cabeza. Y súbitamente, con impulso violento, sin saber lo que hacía, se precipitó sobre el Director. Pero el Director había levantado una silla y la oponía a su atacante.

—¡Aquí, gente! — gritó el Director.

Solís masculló un "canalla" y sin mirarle se retiró. Las piernas le temblaban de tal modo que apenas podía caminar. Al abrir la puerta, la sintió chocar contra un cuerpo blando. Arrodillada en el suelo, la Regente con el rostro en congestión, recogía papeles desparramados...


II

En toda La Ríoja, desde la honesta tertulia de don Nume hasta las menos honestas que frecuentaba Araujo, no se habló de otra cosa, durante una larga semana, que