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MANUEL GÁLVEZ


la entrevista. Pero como no le contestaba, se iba a retirar.

— Señorita Regente — dijo llamándola; — este asunto está ya terminado.

— ¿Declaró la verdad, señor inspector? — preguntó la Regente con adulonería.

— Sí, más o menos, — dijo Martínez Cáceres retorciéndose los bigotes. — He visto en su fisonomía cuanto necesitaba ver.

Y agregó con importancia:

— Yo tengo mucha experiencia en estas cosas. Diez años de inspector, imagínese. Me ha bastado verla para comprender que es una mala maestra, una mujer sin pudor...

Y haciendo un gesto complicado con las manos, los ojos y la cabeza, con el que indicaba que todas las simulaciones eran inútiles contra su penetración psicológica, declamó, sonriéndole a la Regente:

—Me ha bastado verla, señorita, me ha bastado verla...


II

Raselda quedó enferma de aflicción. ¡Estaba perdida irremisiblemente! Después de aquella entrevista, ¿qué podía esperar sino la expulsión? Pero lo más triste era no tener a quien pedir ayuda. Solamente Solís podía salvarla, él que tenía amigos en el ministerio y era íntimo de Olazcoaga, ¡él que la quería tanto! Momentáneamente esta idea la consoló y hasta. llegó a alegrarse de su desgracia, pensando que así le daba a su amante ocasión propicia para librarla del peligro. Pero luego se ahondó más su congoja recordando que él también — ¡ah, ya no había esperanza para ellos! — estaba comprometido.

Ese mismo lunes antes de carnaval, seis días después de- que partiera Solís, llegó su primera carta. Era extensa y abundaba en frases de cariño. Le contaba que los asuntos iban mal, le hablaba de Martínez Cáceres. El ignoró el viaje del inspector hasta última hora. Por si había