Página:La maestra normal.djvu/77

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do dos hijos: Zenaida y Juan Antonio. Zenaida nació en el primer año de matrimonio y Juan Antonio en el siguiente. Juan Antonio era un perdido. Vivía amancebado, en un rancho de los arrabales, con una muchacha tuerta y sucia que fué sirvienta en su casa. Tenía un empleo en la policía. Se emborrachaba a menudo, y entonces, infaliblemente, apaleaba a su querida. Por la noche, hacía reunión de amigos en su casa. Juan Antonio, que había estado un tiempo en Santa Fe, cantaba en la guitarra, con voz sentimental y borrosa, tristes y milongas del litoral. Después contaban cuentos indecentes, riéndose a carcajadas, mientras la tuerta les cebaba mates. En cuanto a Zenaida, también "había salido mal". Cuando Zenaida fué grandecita, su madre pensó que esa muchacha "le daría trabajo". Zenaida tenía un carácter independiente y turbulento, y, desde pequeña, demostró su inclinación a los hombres "ligando" con los muchachos y hablando con ellos, a la noche, por las rejas de la ventana. No había cumplido diez y seis años cuando huyó de la casa con el sacristán de la Matriz, un individuo escuálido, de aire sacerdotal y enfermizo, que daba serenatas y escribía acrósticos a las chicuelas. Para Rosa la desaparición de su hija fué un terrible golpe. Envejeció repentinamente y, aunque solo tenía treinta y cinco años, su cabeza se pobló de cabellos grises. Gómez, en cambio, no se dió por aludido y continuó sacando solitarios como si nada hubiese pasado. Durante dos años no se tuvo noticias de Zenaida. Una mañana Rosa recibió carta de su hija. Era un pliego lleno de borrones y faltas de ortografía, donde Zenaida, con frases incoherentes y desgarradoras, imploraba perdón y se lamentaba de sus miserias. Decía encontrarse muy enferma, a la muerte, en un hospital de Córdoba. Su amante la había abandonado hacía unos meses; ella había dado a luz una mujercita y se moría de fiebre puerperal. Terminaba rogando que fuesen a buscar la criatura, "que era una preciosidad, idéntica a la abuelita". Ella se quedaría en Córdoba, "viviendo como pudiese", y no iría jamás a La Rioja para no avergonzar a su familia. Rosa lloró a mares, y al día