visiones acerca de cuál debiera ser el vínculo de los obreros con la institucionalidad.
En la Convención Mancomunal de 1904, realizada para tratar los problemas del trabajo en las salitreras del norte, se produce el retiro de dos sociedades de resistencia de orientación anarquista, las que van a alegar que nada tienen que pedir los trabajadores al gobierno.[1] El líder obrero del Partido Democrático, Luis Emilio Recabarren, respondía las críticas de los anarquistas a quienes los socialistas, en su mayoría militantes del partido de Recabarren, comienzan a identificar incluso como un elemento disociador al interior del movimiento obrero. Recabarren llega a decir “Me he convencido de que el ideal anarquista es realizable y es bueno, y considero que las aspiraciones ácratas son las mismas de los demócratas y socialistas y otros luchadores libres. Sólo hay discrepancia en los medios de llegar a realizar los ideales (...). Es una lástima que esos compañeros que se dicen anarquistas, gasten dinero y tiempo en calumniarnos a nosotros haciendo causa común con nuestros enemigos los salitreros”. [2] La diferencia en los medios empleados, en efecto, marcaría una fuerte pugna, pues el Partido Democrático participaba de la institucionalidad del país e incluso más adelante él mismo Recabarren sería elegido diputado y luego fue fundador del partido Obrero Socialista, que también seguirá por la senda institucional.
La disputa con los anarquistas seguiría hasta 1907, cuando Recabarren plantea que “Yo sostengo que si con vuestra intransigencia de declarar la organización comunista anárquica, nos alejáis a nosotros los socialistas, que constituimos un actor, pequeño o grande, pero útil y necesario, en el movimiento obrero, con mayor razón alejaréis a ese inmenso número de desgraciados obreros que todavía viven en la más grande ignorancia, que se niegan a organizarse por debilidad y degeneración, que por esa misma ignorancia huyen del socialismo, al que califican de antipatriótico, antirreligioso, antisocial, etc., y se horrorizan del anarquismo porque gasta en la difusión de sus ideas una violencia insípida, sin objeto, que los ahuyenta, engendrando en ellos el horror y el pánico”.[3]Este párrafo de Recabarren es esclarecedor respecto la posición aún no definida de un gran número de obreros frente a la institucionalidad, ya que si para todos eran evidentes las injusticias que se cometían en el ámbito laboral (porque las vivían en carne propia), y más aún la propia “Huelga de Diciembre de 1907” reuniría a miles y miles de trabajadores por el objetivo de mejorar sus condiciones de vida, sin embargo, en las propias construcciones simbólicas de los trabajadores había ideas introducidas por la clase dominante como el supuesto “antipatriotismo” de los socialistas. Aquella situación no niega la existencia de una conciencia de clase en el movimiento obrero, sino que la complejiza aún más y la particulariza en el contexto chileno de comienzos de siglo, cuando el Estado estaba en expansión ideológica y territorial.
El socialismo, vinculado a sectores del Partido Democrático, planteaba una vía revolucionaria, pero vinculada a la democracia