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La media naranja — 301

Sin saberlo libraba á Clara de una eterna desgracia, arrancaba al ángel de las garras del vampiro en el momento en que iba á ser devorado.

El libro de Gonzalo cayó tan á tiempo, que cortó una palabra que encerraba todo el destino de aquella hermosa mujer.

En todas las líneas de los ferrocarriles hay puntos de enlace, en que la via se divide. Un simple movimiento de un guarda-aguja puede hacer que un tren vaya á parar al cabo de Creux ó al de Finisterre.

La vida humana es también un ferro-carril. Hay momentos supremos en que todos llegamos al guarda-aguja: allí un simple movimiento de la mano de la suerte nos dirige á la cumbre de la fortuna ó al escarpado promontorio de la miseria.

Clara habia llegado al guarda aguja del ferro-carril, mejor dicho, del auro-carril de su vida.

El tren de su destino iba á encarrilarse hácia la estación de la Desgracia.

La mano salvadora de Gonzalo acaso le encaminaba hacia esta otra estación enteramente opuesta:

La Felicidad.

Por supuesto, lector, que si te parece prosaico y anti-estético interrumpir una escena de amor con un porrazo en la nariz, no olvides que esa es la vida humana.

La realidad es brutal, ciega y anti-artística, y mezcla, sin reglas, lo cómico y lo ideal; interrumpe lo sublime con lo grotesco; sorprende lo ridículo con lo bello; se complace en las antitesis y en los contrastes; nos hace despertar de sueños, ó nos saca del estercolero de Job á los esplendores de Salomón.

No me acuséis si he dado á Alfonso con el libro en las narices, cuando tantas veces y en mejores ocasiones la realidad suele darnos con la puerta en los hocicos.

(Se continuará.)


José Alcalá Galiano.