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392 — La media naranja

imposible. Cuando yo digo á mis amigas que busco un hombre apasionado, generoso, capaz de comprenderme, capaz de todos los sacrificios; un hombre que me abandone el alma para siempre, que no vea ni piense más que en mi, y que se identifique conmigo, se rien también; me llaman novelesca, romántica, y me dicen: Vete al cielo á buscarle; en la tierra, los hombres son muñecos de barro rellenos de egoísmo. Sus versos de Vd. me han probado que no es necesario ir tan lejos para encontrar ese tipo que iba ya creyendo imposible. Por eso le he llamado á Vd.; por eso, aunque sólo llevamos cinco minutos de tratarnos, veo en Vd. el más íntimo y más digno de mis amigos.

— Gracias, señora! — dijo Gonzalo fuera de siíy pareciéndole que soñaba. Tuvo que contener las palabras que, como cerveza en botella, estaban fermentando y querían hacer saltar el tapón de la prudencia.

— Puesto que ya somos dos íntimos y antiguos amigos, — dijo Clara con significativo y bondadoso acento, — podemos hacernos mutuas confianzas.

— Nadie más digna que Vd. de toda la mía.

— Entonces ¿estoy autorizada para ciertas preguntas que sin su autorización fuera imprudencia hacer?

— Pregunte Vd. Es Vd, mi confesor, y para Vd. no hay secretos. En cinco minutos me ha inspirado Vd. una confianza sin límites.

— Pues bien; sus versos de Vd. me han despertado una curiosidad propia de nuestro sexo. Dice Vd. en sus poesías que está Vd. enamorado de una mujer joven, hermosa y opulenta. Yo tengo varias amigas en quienes concurren estas circunstancias, y siento una inmensa curiosidad por saber si es alguna de ellas casualmente la que ha tenido la dicha de inspirarle á Vd. tan ideal y extraordinaria pasión. Dígamelo Vd., y quién sabe si yo podré ponerle á Vd. en posesión de sus sueños de oro.

La Sublime Puerta Otomana no es más ancha que la que Clara le abria á Gonzalo. Micromegas pasaría perfectamente por ella; pero la modestia y la reserva de nuestro poeta era mayor que la estatura del volteriano habitante de Syrio.

— Siento tener que faltar á la confianza en este pecado de mi confesión. Precisamente me ha preguntado Vd. por el único secreto que no puedo revelar. No le ocultaré á Vd. que he encontrado mi