de la duda; tú eres el único hombre que merece mi corazón. Gonzalo, ¡yo te amo ! Unos instantes han bastado para que te entregue toda mi alma y mi destino. No eres mi amigo, no eres mi amante; eres mi esposo. Mi mano, mi casa, mi fortuna, mi nombre, todo es tuyo. Gonzalo, aquí te presento mi mano de esposa: ¿quieres aceptarla?
Los dos amantes dudaban de la realidad de aquella escena, y estaban sublimes de hermosura y pasión
Gonzalo tomó la blanquísima y ardiente mano que Clara le presentaba, y después de imprimir en ella un casto y prolongado beso, llevándosela al corazón, exclamó.
— Clara! Siento que no sea en realidad un veneno lo que he bebido para probarte mi amor. Esta mano que me ofreces contiene todos mis sueños, mis dichas y esperanzas; pero, ¡ay! no puedo aceptarla.
— Por qué?
— Mi posición y la tuya, ¿no pueden hacer dudar de la pureza de este amor? Esta opulencia que te rodea, me veda la posesión de esta mano adorada y generosa.
— Esta opulencia es pobreza al lado de lo que tú me ofreces. Sin tu amor, la desprecio. Renunciaré á ella y te seguiré á una buhardilla; tu corazón vale más que toda mi fortuna. ¿Es obstáculo ella? pues bien, Gonzab, yo renuncio á todo, me nivelaré con tu modesta posición. ¿No me has sacrificado tú la vida? pues yo te sacrifico mi opulencia, que es ya miseria sin tu cariño.
— Ah, no, Clara! Yo no puedo aceptar ese sacrificio. Soy tuyo y tú me conoces; con que tú me hagas justicia, despreciaré el mal concepto de las gentes,
— Las gentes!.... En un marco de oro colocaré yo esta carta, que es nuestro contrato de bodas. Si alguien duda de tí, no tiene más que leerla y admirarte.
Este tomo de poesías, que me ha salvado de la desgracia y me ha traido la fé y la dicha, es tu regalo de bodas.
— Clara! Tú te confias asi, sin conocerme....
— ¡Seas quien seas, conozco tu amor y me basta para entregarte el mío! ¡Gonzalo de Aguilar! ¿quieres otorgarme el dulce nombre de marido?
— ¡Si!............