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persona, y hallé que todo estaba sano y entero. En esto entra la mezquinilla de su mujer, llorando y mostrando mucha pena, y entraron con ella los testigos que el día antes había traído. Ella se lanzó sobre el cuerpo muchas veces, besándolo, y con una lumbre en la mano reconociendo y mirándolo todo, y vuelta la cabeza, llamó a un su mayordomo y mandóle que pagase luego al buen guardián su premio, el cual luego me fué dado, diciendo:

—Mancebo, toma lo tuyo, y muchas gracias te damos, que por cierto por este tu buen servicio te tendremos como uno de los amigos y familiares de la casa.

A esto, yo, que no esperaba tal ganancia, lleno de placer tomé mis ducados resplandecientes, y como atónito, pasándolos de una mano a otra, dije:

—Antes, señora, me has de tener como uno de tus servidores, y cuando de mí te quieras servir, con confianza lo puedes mandar.

Aun no había yo acabado de hablar esto, cuando salen tras mí todos los mozos de casa con armas y palos: el uno me daba de puñadas en la cara; otros, porradas en las espaldas; otros me rompían los costados a coces y me tiraban de los cabellos, me rasgaban los vestidos: hasta que yo fuí maltratado y despedazado de la manera que lo fué aquel mancebo Adonis; y así me lanzaron de casa y me fuí a una plaza cerca de allí. Y estando tomando algún descanso, recordéme que merecía y era digno de aquellos azotes