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ANTONIO CASERO

CARMEN

¡Pobre! Ha sío muy simpática y muy decidida; misté, una tarde al salir de la fábrica nos siguió un vejete; él, venga de mirarnos y decirnos tonterías, y la Rosa, venga de mirarle, y de suspirar.—¡Que se lo vas a hacer creer!—la decía yo.—Toma, y el viejo se remozaba, y yo llegué a tomar en serio aquella broma; de pronto, y cuando el vejete estaba más acaramelado con aquellas miradas, y después de haberle hecho pasear to el barrio detrás de nosotras, al llegar al Campillo del Mundo Nuevo, y a la que atardecía, va la Rosa y se vuelve y le dice:—Caballero, ¿me permite usté que le dé un beso?—Con mil amores—repuso el viejo vencedor—y ella, colmándole de besos y abrazos le decía:—¡Ay caballero, le vengo mirando hace una hora y es usté el mismo retrato de mi pobrecito abuelo que en gloria esté.—Y como una loca, venga besos y vaya abrazos y apretujones, y el viejo:—¡Por Dios, que sujeten a esta nieta amantísima!—Y mientras el fracasado Tenorio recogía su sombrero y buscaba sus gafas, nosotras echamos a correr por la de Arganzuela muertas de risa, y comentando la broma de aquel diablo con cara de ángel.


PEPA

Sí que fué pesá, porque con las gafas perdió el vejete las ilusiones.


CARMEN

Era la Rosa muy simpática por aquel en-